La Pinza

 

Motopapi. Motopapi, motopapi, motopapi. ¡Jajajaja! Así le bautizo nada más entrar a su estudio, cuando me llama la atención que ahí haya una Triumph negra y brillante, impecable, de 900 centímetros cúbicos que dice que hace tiempo que no conduce. Desde que tuvo hijos, confiesa. De ahí el mote, claro, cuál si no: Motopapi. En los casi 500 metros cuadrados que habita esta agencia creativa llamada La Pinza, de la que Òscar Martínez Comas es director creativo y de estrategia, hay bastantes medios de transporte: además de la Triumph, hay varias bicis con las que se desplazan los cinco miembros de la agencia -Òscar viene en bici desde Viladecans, ahí es nada-, muchos coches clásicos en miniatura y tres tablas de paddle surf que pidieron a modo de pago, junto a unas clases, una vez que hicieron una web para un club náutico.

Cuando la agencia estaba en Viladecans, en la pausa de la comida se iban con las tablas a surfear, pero una noche de hace 4 años, saliendo de la sala Salamandra, se enteraron de que en L’Hospitalet del Llobregat alquilaban naves industriales a empresas creativas, “y nos flipó la idea”, espeta. No tardaron nada en mudarse a esta segunda planta del número 22 de la Avenida Fabregada. Justo debajo tienen Planta Uno, una especie de laboratorio multiusos, y justo encima tienen Trànsit, dedicados a la gestión cultural. Con ambos han hecho proyectos, por proximidad y afinidad.

A lo que más se dedica actualmente el equipo de La Pinza es al diseño de webs, aunque su abanico es amplio: desde diseño editorial hasta motion graphics. Han trabajado para Aigües de Barcelona, Areas -la empresa que gestiona los establecimientos comerciales del Aeropuerto del Prat, entre otros-, el Departament de Patrimoni Cultural de la Generalitat, haciendo la comunicación visual de museos y yacimientos, y para muchos clientes en Estados Unidos.

Lejos queda aquel 2003, cuando empezaron como un estudio de diseño gráfico que hacía flyers para la administración pública, pero lo que no ha cambiado desde entonces es la obsesión por los detalles, hasta el punto que Òscar confiesa que es “como si tuviésemos un gran TOC”. Todos lo tienen, los cinco miembros de La Pinza, porque aquí no hay jerarquías, más bien es un equipo pensante en el que cada cual tiene su rol y aporta por igual. “Con una mirada nos entendemos”, resume, and I think that’s beautiful.

Pero esa obsesión por los detalles dice que no les despista del objetivo: que el cliente consiga lo que quiere en el plazo en el que lo necesita. El equipo de La Pinza es “el sherpa del cliente”, compara Òscar, y asegura que prácticamente todo lo que saben a día de hoy ha sido gracias a sus clientes, a los retos que les han propuesto y que les han hecho esforzarse, devanarse los sesos y evolucionar como agencia.

Las cabezas pensantes de La Pinza escuchan, medio disimulando, lo que nos va contando Òscar. Se sientan en una mesa larga frente a las pantallas de ordenador, en un silencio sepulcral. Trato de imaginar cómo es un día cualquiera en La Pinza, porque hay pistas innegables de que ahí se lo pasan muy bien trabajando cuando no hay una periodista y un fotógrafo por aquí pululando: hay un plató para hacer sesiones fotográficas, una zona con un gran proyector para hacer presentaciones de marcas, y lo que Òscar llama “el sillón del gin tonic”. Alto, se requiere explicación: veo un sillón chester precioso, una buena hilera con varias botellas de gin y copas, pero también veo una guitarra, partes de una batería y un cartel enorme que pone Vêstby. Es su grupo de música, con el que dice que se lo pasa muy bien tocando la guitarra y haciendo los coros, aunque apunta, modesto, que no son muy buenos.

Aún nos queda otro espacio por ver en este macro espacio diáfano de 500 metros cuadrados que es La Pinza, y es la zona que tienen reservada para sesiones de música acústica, y que ya han inaugurado con un concierto de Pedro Javier González, guitarrista de El Último de la Fila. Ese espacio tiene el aspecto de una sala de estar, muy acogedor y soleado, apetece quedarse un rato ahí, pero hay que ir rematando la visita, y no podemos irnos sin preguntar por qué: por qué se llaman La Pinza. Porque ahí hay muchas cosas, fíjate, hasta tablas de paddle surf hay ahí, pero pinzas… Pinzas no he visto.

“¿Quieres saber la historia de verdad o la de mentira?”. Las dos, obvio. Sonríe, coge aire y empieza por la de verdad, que un poco menos sexy que la de mentira, que para eso existe, para hacernos soñar. Se llaman La Pinza porque el primer primerísimo encargo que hicieron fue un flyer para el Centro Cívico Garcilaso, en el barrio barcelonés de La Sagrera y resulta que, en la imagen, entre otros objetos, había una pinza.

Pero suelen contar que se llaman La Pinza porque cuando estudiaba Diseño Industrial en la escuela Elisava, con un compañero de clase no paraban de repetirse el mantra de la escuela Bauhaus: “Máxima función con los mínimos elementos”. Como una pinza, que con dos piezas de madera y un muelle se hizo un diseño buenísimo, imbatible. Todo esto es verdad, pero ha dado pie a una fantasía para explicar el origen de su nombre que les gusta un poco más que la historia verdadera. Una mentirijilla a medias, una verdad maquillada, algo para hacernos sonreír.

Descubre el trabajo de La Pinza en: www.lapinza.net